jueves, 22 de noviembre de 2012

End of a Path...


Se acerca el final de una era. El final de una vida sin techo. Que nació como una vida sin tope mal redactada, y termino siendo una historia de errores, silencios y terrores.

Siento llegar el final de lo conocido. Del apostar a medias: mitad a la vida y mitad a vivir el miedo. Se acerca el final de vivir asi. Sin vida.

La "Vida sin Techo", fue un espacio y un tiempo de silencios negados. Porque me negue a asumir inclusive, que el terror me tenia presa del pànico, y a cambio de mis palabras, mi verdad y mi voluntad, me habia dejado postrantes silencios.

Y dejar un blog sin palabras, es como dejar a un cuerpo sin voz de voto. Es como ponerle una faja a la garganta. Y enconsertar forzosamente a todas las formas que cobran vida a traves de "la palabra", como si esta fuera el espacio de un tiempo y el tiempo que tiene un espacio para que la vida fluya, que no se estanque, se inflame, se explote, se pudra, y espante.

Espacio, tiempo, palabra y verdad. Un gran viaje hacia dentro.

Un viaje a un mundo intrauterino, donde los sonidos de todos los dias llegan amortiguados por muchisimas ideas amnioticas, algunas limpias, impolutas en su escencia, y otras sucias, de los perturbadas. Me intoxique de pasado y futuros "consecuentes". Infecte el presente de batallas de tiempos, sobre mi espacio que es mi propio cuerpo. Enmudeci de proceso. Y lentamente voy ascendiendo.

Porque ese  viaje termina. Quizas sin saber si es que en verdad, otro "viaje" empieza. Quizas, este cuerpito viajero, de nomadismo culturalmente impuesto, nos quiere mas que unas etapas de estabilidad en casa. Un llegar. Un soltar el pesado bolso-bariloche en el piso. Dejarque caiga, que sea estrpitoso, como la imagen final del llegar cansado, y a su vez renovado.. o tal vez directamente nuevo, reforzado.

Quizas es mi deseo que sea tiempo de llegar a casa, y sin llegar a cerrar la puerta, ya levantar la mirada hacia una puerta-ventana del tamaño de toda la pared, y ver una luz penetrante y liberadora  a traves de unas cortinas traslucidas.

Quizas es hora de soltar a la pequeña beba, que bien o mal disfrutada, ya esta perdida en tiempo eterno de los recuerdos emotivos, y recibir entre mis brazos, los brazos macizos de una niña con impronta, pletorica de luz que irradia desde su corazòn, siempre alegres.

Quizas sea hora de soltar al no-principe, con su no-corcel, con su no-reverencia, con su no-preteritoperfecto ni un-futuroincondicional. Y apropiarme de todas los desafios que me propuse al ser "adulta" (esa infancia con derechos ganados con el sudor de las responsabilidades y la fuerza de las sonrisas que salen del corazón), y asuma que no me eligio de una vez y para siempre. Que me eligio, que me dejo de elegir, que conocio otros mundos, y que no volvio, sino que lo invite, y acaricie sus miedos, con la certezas de mis sentimientos. Es hora de elegir darme cuenta que Dios me escucho, y que me dio el Amor que tanto quería: Uno amor apasionado, intenso, por el que tuviera que luchar y ponerme a prueba, y aunque sea el más complejo, que sea siempre cierto, que vivamos en verdad. Es hora de abrazar a mi gordito reelecto, de pasado imperfecto, presente voluntarioso, y futuro tan condicionado como desafíos nos esperen.

Quizás es hora de ver, que lo oscuro de túnel habita a mis espaldas, sin que pueda siquiera amenazarme. Y que me espera esa luz, de ese balcón, cada vez que llegue de la (quizás) Selva de la Calle.

Quizás no es mañana, si no hoy, el día de desacelerar la marcha, de tomar la actitud de quien ha bajado del micro de larga distancia y empieza a caminar en calzado bajo, relajado, hacia casa.

El cansancio pesa, el cuerpo duele, las cosas no funcionan bien... pero seguimos llegando.

No quizás. ES tiempo de despedirse sin nostalgias más que la de la alegría de lo que viene.Empieza a ser tiempo de despedirse, puesto que se agota el tiempo de estar llegando.

Falta poquito… ya casi llegamos




sábado, 19 de noviembre de 2011

Cinco


Cuando yo subí ya estaba ahí. Pero no estaba con ninguno de nosotros. En líneas generales podía decirse, que a pesar de su arrolladora  presencia, estaba ausente. Tenía un semblante robusto, aclarados por las canas, mas protagonistas de sus facciones que sus propios rasgos. Llevaba consigo la porte de un profesional de lo apasionante. Nada de ciencias frías, ni exactas, o tal vez sí. Pero de las creativas. Llevaba dos libros entre sus manos, uno de ellos tal vez, el que llevaba apretado contra su pecho, podría ser una agenda, o un cuaderno, pero en mi mente observadora, y en mi atención cautivada, eso no era importante.

Leía un libro que no me interesaba cuál era. Y encontré a su diestra, un modesto hueco en donde reconfortarme de su silenciosa compañía. Una llamada de agradable tono, en salutación por el cumpleaños de quien preferí suponer sería un amigo muy querido, interrumpió mi diálogo interno, que se había vuelto fecundo desde que mis ojos lo encontraron. 

Creyendo que iba a bajar, hice un ademán solícito y silencioso, mostrándole una amable disposición a facilitarle su partida. Me agradeció gustoso, cómplice de esa amabilidad propia de los que llevamos el placer de la lectura en las venas. O al menos así lo imaginé yo, y me fué suficiente para creerlo sin esfuerzos, y naturalmente, disfrutarlo.

Me sonrío, se sonrió, me agradeció, y respondí gustosa, disfrutando de esa compañía que se había tornada cómplice y amistosa sin decir palabra que lo sellara. Volvió su atención al libro, y sin siquiera moverse, con su codo me instó a hacer lo mismo, y retomar mi reciente y suspendida lectura.

Su compañía me inspiró a perderme en la lectura, como una niña sedienta al agua luego de una tarde completa de recreación deportiva. Y nos acompañamos así, sin mirarnos, y sonriendo. En un silencio que no nos molestaba, y además, nos unía. Tal vez nos transportamos quietamente a salas de lectura, de corte sobrio, y en gamas de tres colores. Con sillones cómodos, que se amoldaban serviciales a nuestras espaldas que se apasionaban en no cambiar de postura, como si de eso, dependiese cada detalle imperdible de la lectura.

"Ahora Sí", y me sonrió con su gran sonrisa amable, que protegía de las inclemencias del mundo bajo un tupido bigote entrecano, que acompañaba cada movimiento de los labios gruesos naturalmente, o engrosados por la edad. Entendí que ahora sí, solicitaba la comodidad -difícil en esa circunstancias-,que hacía varias hojas atrás le había ofrecido para poder bajarse del colectivo. Me saludó, con toda esa cortesía y amabilidad de caballero que pude deducirle en mi primera impresión, que fue innegablemente positiva.

Perdí la atención en el movimiento repentino de todas esas personas que bajaron en aquella parada. Y lo reencontré lejano, caminando solemne y concentrado. Con su piloto gris, que no ostentaba lo suficiente para suponerlo abogado, pero que derrochaba estilo y elegancia (a falta de los típicos parches del bohemio en los codos de sus prendas), excesivas para un simple literato, aunque tal vez, si de alguno de carrera y prestigio adquiridos.¿Psicólogo tal vez?. ¿Cómo saberlo?. Y volví una última mirada hacia su figura, ya lejana y medio perdida en la niebla suave y gris que generaba la noche de Buenos Aires, que en tan pocas horas, con tantas sensaciones me había embargado.

Lo último que aprecié, fue su manos acomodando unos cigarrillos en la solapa derecha de su piloto oscuro, que tal vez no eran tales, y solo se trataba de una agenda o de un libro pequeño, de esos que nos pueden acompañar en cualquier rincón de la ropa, o de la cartera. Y lo dejé irse. Sin mas. Con la satisfacción del momento compartido, que sospecho, tampoco le habrá pasado desapercibido.





martes, 26 de octubre de 2010

El arte de Olivar… ("... y dale el olivo al polvo, a las cremas, y al carmín...")

La milonga gira, narcótica y final. Pronto, muy pronto, el instante maldito estallará en medio del salón, chispeará una-dos-tres veces y desaparecerá para siempre. Habrá que estar atentos: desde entonces será tarde para haberse ido, y aún será temprano para quedarse hasta tarde. La trampa estará tendida.

Sentadita en su silla - tañendo acompasadamente un anillo de piedra azul contra el vidrio cantarín de un vaso de vino, anestesiado de esperanza- ella ve cómo la milonga se desvanece a los pies de su sonrisa. Ha bailado poco, y mal, pero sobre todo poco. Allí está ahora, pálida de una pieza, preservada todavía del enfado, ajena. El fracaso aún no es indigno, aunque en poco tiempo lo será; sus manos lo intuyen y la distraen de humores sombríos con el tintineante tañer del anillo sobre el vaso de gaseosa. Aunque no es seguro, quizás sea el momento de tomar la decisión; casi lo sabe y sin embargo, no.

A poco metros de allí -ancho en el paladeo de la tanda que tan bien le bailaron, henchido de gloria ese pecho-a-pecho que tan bien le supieron comprender- él cree haber percibido el perfume de aquellos tangos. Ha bailado poco, y maravillosamente bien.

Sobre todo bien, como hacía siglos no sucedía; un obsequio inesperado en el avieso filo de la noche.

Ahora, erguido en la barra, orejeando el naipe de una alegría largamente merecida, pretende insensato que aquella tanda azarosa se prolongue en un milagro. Ancho de Gloria, es tiempo de tomar la decisión; casi lo sabe y sin embargo, no.

La milonga gira. El relámpago pestañea una-dos-tres veces y en alguna mesa de pista el golpeteo cantarín del anillo pierde el compás. Muy cerca de allí, un oscuro perfume de tango de pronto se torna amargo.

El momento de irse ha pasado, y ya no regresa.

A partir de entonces no habrá escapatoria. En medio del agobio, ella se sorprenderá lejos del ritmo y él notará un sabor extraño detrás de su sonrisa. Aún no lo sabrán, pero ya será tarde: debieran  haberse ido y no lo habrán hecho. Descreerán de su propia intuición; resistirán y se obstinarán en sus endebles equilibrios.

Inocente y primaria, ella porfiará en la esperanza de una tanda salvadora: un encuentro que desgravíe sus zapatitos de segunda postura, una abrazo trasnochado que desmienta los tangos que esta noche no bailará. Presumido y Primario, él porfiará en la esperanza de una señal olvidada en el bies de la madrugada, una tanda que le perjure que hoy es siempre.

En algún momento sobrevendrá la realidad. Llegará con los modos suaves de un licor o los ímpetus de un portazo, poco importa.

Ella y él, vencidos, asumirán a regañadientes que hay noches que no se pueden levantar y noches que no se pueden sostener, que ambos deberán haberse ido mucho tiempo antes, que el arte de olivar es una extraña exquisitez reservada al deleite de unos pocos y que -una vez mas, que duda cabe- han vuelto a caer en la trampa.

Pedirán la cuenta, cruzarán la puerta y esperarán un taxi sin haberse conocido.

napo tango

martes, 28 de septiembre de 2010

La Vida en Modo Infinitivo

Diálogos en una tarde de oficina:

Blondie: buuu
  lo misseo
  xD
Yo: que cosa extrañas??
Blondie: :$
Yo: ufff
  pensé que me ibas a decir
  Vernos un viernes a la noche
  tonta que sos
  me hiciste ilusionar con que me extrañabas
Blondie: jajaja
  te extraño a vos tb
  pero es increíble gorda
  nunca me paso esto :S
Yo: jajaja
Blondie: que voy a hacer T_T
Yo: que bueeeeeeeeeeeeeeeeeeeno
 … dejarte enamorar
 mimar
  tocar
  querer
  amar
  formalizar
Blondie: :)
Yo: casar
Blondie: jajaa naaah
Yo: tener bebes
Blondie: para loca
  xD
Yo: amamantar
  (a los bebes tmb)
Blondie: estriar
Yo: jajajajajajajajaja
  Claro!
  abultar vientre-r
Blondie: celulitiar
Yo: jaja
  varicear
  quejar
Blondie: ew
 ew
Yo: no peinar
Blondie: ew
Yo: no maquillar
Blondie: discousting
Yo: no arreglar
  pelear
  gritar
  reclamar
  obligar (a platos lavar y ropa planchar)
  amenazar
  volver a amenazar
Blondie: jajajajjaa
Yo: matar(?)
  jajajajajaj
  festejar
  recuperar (vidar)
  cambiar
  teñir
  pintar
  arreglar
  vestir linda -r
  buscar (chongos)
  salir
  disfrutar
 chonguear
 apagar celular (par que los crios no te llamen cuando caigan en coma alcohólico después del boliche)
 ajajajajaja
 no me digas que no es toda una vida en modo infinitivo
Blondie: tal cual





lunes, 30 de agosto de 2010

El Hombre de la Camiseta Calada

            Yo lo llamaría el Guardián del Umbral. Cierto es que los que se dedican a las ciencias ocultas entienden por Guardián del Umbral a un fantasma recio y terribilísimo que se le aparece en el plano astral al estudiante que quiere conocer los misterios del más allá. Pero mi guardián del umbral tiene otra catadura, otros modales, otro “savoir faire”. LO QUE ??
¿Quién no lo ha visto?. ¿Cuál es el ciego mortal que no lo ha advertido al guardián del umbral, al hombre de la camiseta calada? ESE SOY YO. ¿Dónde pernocta el ciego mortal que no ha notado todavía al ciudadano que plancha el umbral, para que yo se lo muestre vivo y coleando?.
Es uno de los infinitos matices ornamentales de nuestra ciudad; es el hombre de la camiseta calada ESE SOY YO. Dios hizo a la planchadora, y en cuanto la planchadora salió de entre sus manos divinas con una  cesta bajo el brazo, Dios, diligente y sabio, fabricó, a continuación, al guardián del  umbral, TE ESMERASTE DIOSITO al hombre de la camiseta calada. ESE SOY YO
Porque todos los legítimos esposos de las planchadoras usan camisetas caladas. Y no trabajan. Cierto es que buscan trabajo. Y que ellas se acostumbran a que él trabaje en el trabajo de buscar trabajo: (dramatizacion, vereda y baño) pero el caso es este. Usan camiseta calada, y hacen la guardia en el umbral.
¿Quién no lo ha visto pasar?.
¿Cuándo aparecerá el  Charles Lous Phillie SI ES DEL BARRIO NO LO CONOZCO que describa nuestro arrabal tal cual es!. ¡_Cuándo aparecerá  el Quevedo de nuestras costumbres, el Mateo Alemán de nuestra picardía, el Hurtado de Mendoza de nuestra vagancia!. QUIENES SON ESTOS TIPOS??
La planchadora se casó con el hombre de la camiseta calada cuando era joven y linda. ¿Qué guapa y qué linda era entonces!”. Labio como flor de granada y trenza abundosa. Bajo el brazo la cesta envuelta en media sábana. (mira al maniqui femenino) PURA PIERNA LA MOROCHA
El también era un guapo mozo. Tocaba la guitarra que era un primor. Vivían en el conventillo. El mozo pensó bien antes de decidirse: La madre de la muchacha tenía el taller. Pensó tan bien que después de un amorío con guitarra y versitos del extinto  Picaflor Porteño, SI MI BOCA FUERA PLUMA Y MI CORAZON TINTERO
CON LA SANGRE DE MIS VENAS ESCRIBIRIA TE QUIERO
ESA TERESA!!
se casaron como dios manda. Hubo baile, felicitaciones, regalos de bazar, y la “vieja” enjugó una lágrima. NO ME LLORE PATRONA, SU HIJA ESTA EN BUENAS MANOS
Cierto es que el muchacho no es malo, pero le gusta tan poco trabajar... Y las viejas que hacían círculo en torno de la damnificada comentaron:
-          ¡Qué se le va a hacer, señora!. Los jóvenes de hoy son así...
Y sí, son tan así que a la semana de haberse casado, el hombre de la camiseta calada ESE SOY YO empezó a alegar  A MI LOS JEFES ME TIENEN ENVIDIA
 y luego se espetó a la suegra:  EL TRABAJO QUE ME QUIEREN DAR NO ESTA EN CONSONANCIA CON MI “ABOLENGO”; y la vieja, que se moría por lo del abolengo, porque había sido cocinera de un general de las campañas del desierto, le aceptó, refunfuñando al principio, y así, un día y otro, el hombre de la camiseta calada ESE SOY YO le fue esquivando el cuerpo al trabajo, y cuando se acordaron madre e hija ya era tarde; él se había apoderado del umbral. ¿Quién lo sacaría de allí? NADIES!!
Había tomado jurídica y prácticamente posesión del umbal. Se había convertido automáticamente en guardián del umbral.
DE ACA NO ME SACAN NI CON ESPATULA
Mañana tras mañana. Crepúsculo tras crepúsculo ¡Qué linda vida la de ese ciudadano!.
Se levanta por la mañana tempranito y le ceba un mate a la damnificada, diciéndole:  “¿TE DAS CUENTA QUÉ BUEN MARIDO QUE SOY YO?”. Luego de haber mateado a gusto, y cuando el solicito se levanta, va al almacén de la esquina a  tomar una cañita, y de allí tonificado el cuerpo y entonada el alma, toma otros mates, pulula por el taller de lavado y planchado para saludar a las “oficiales”, (saluda) y más tarde se planta en el umbral.
            A la tarde duerme su siestecita, mientras su legítima esposa se desloma en la plancha. Y bien descansado, lustroso, se levanta a las cuatro, toma otros mates y vuelta al umbral , a sentarse, a mirar pasar la gente y a darse esos interminables baños de vagancia que lo hacen cada vez más silencioso y filosófico.
A VECES ME PONGO A PENSAR EN LA PEQUEÑEZ DEL SER HUMANO...
Porque el hombre de la camiseta calada es filósofo. Bien lo dice su mujer:
- Tiene una cabeza... pero... – Ese “pero” lo dice todo. Nuestro filosofante es el Sócrates del barrio. El es el que interviene cuando se producen esos líos descomunales; él es quien consuela al marido burlado LA TENES MUY ABANDONADA A LA PATRONA, él es quien convence a un calabrés de que no cometa un homicidio complicado con el agravante del filicidio; él es quien, en presencia de una desgracia, exclama siempre patéticamente:
-          HAY QUE RESIGNARSE, SEÑORA. LA VIDA ES ASÍ. TOME EJEMPLO DE MÍ. YO NO ME AFLIJO POR NADA. –
Habla poco y sesudamente. Tiene la sabiduría de la vida y la sapiencia que concede la vagancia contumaz y alevosa, y por eso es en todo barrio, con su camiseta calada y su guardia en el umbral , el matiz más pintoresco de nuestra urbe.


Roberto Arlt

viernes, 27 de agosto de 2010

Amalfi


De tanto en tanto nos toca vivir una cierta guerra, una instancia inevitable que corona un ciclo, donde se pasa de una luna perfecta a una perfecta ausencia de la luna.
 Las Estaciones resultan suicidios del tiempo, y resurreciones. La identidad parece cambiar, para morir de alg{un modo y renacer en otra, que sin embargo, es la misma.
 El despertar de un calor desconocido puede cambiar por completo la percepción y la mirada sobre la propia vida, o el modo en que se la quiere vivir. No se sabrá hasta dónde se puede amar a alguien hasta que ya no esté.
 La única posibilidad es Amalfi. Un mundo formidable e ilusorio, azul, tibio, donde el conflicto no tiene lugar, un refugio irreal, como la utopía que lo conserva firme en el recuerdo.
 Amalfi es un viaje por la Nostalgia, el dolor por deseo incumplido de volver,  una evocación sobre los tiempos, lugares, y sentimientos a donde todos desearíamos  regresar, aún cuando sabemos que es imposible.

jueves, 26 de agosto de 2010

No se culpe a nadie

EL FRÍO COMPLICA siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas, por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente, pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire, al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver, por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara, sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso, respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación, es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver, lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.

Julio Cortázar (Final del Juego, 1956)


martes, 24 de agosto de 2010

El todo por las partes - Parte II

03 de Agosto de 1305


Al acostarme a descansar por la noche, hubiera jurado que el día que vendría a despertarme, sería calmo, el primero de muchos victoriosos días de Paz. Estando ya en Glasgow, puedo decir que la mayor de las Victorias fue concretada: mi estratégica evasión a los ingleses de Roybroston. De la mano de mi compañero John Meinteith, disfruto de una extraña calma que hasta me resulta sospechosa. Pero aún sabiendo que a las calmas más grandes, son sucedidas por las peores tormentas, no temo. Porque el destino de todo liberto, ya se encuentra escrito, y no se trata de un simple inglés que se pueda evitar.
El llamado a la batalla motivó mi despertar acelerado esta mañana. La estridencia de un extraño grito de guerra, aceleró mi corazón, e erguió mi espada en la que se reflejaba el nuevo sol. La desesperación de una sorpresa no premeditada, me condujo a alistar a todos mis compatriotas, en un frenético intento por resguardar nuestra tan lograda libertad.
La gran masa de escoceses  guerreros alistados sobre sus caballos, con los estandartes en alto y las espadas disponibles, los pechos llenos del aire, que sonaría en todo el valle para avisar a nuestros desconocidos enemigos, que podrían quitarnos la vida pero jamás la libertad, cerraban una escena estoica, única, que quedaría guardada en nuestra memorias mundanas y celestiales, para siempre.
La inminencia del combate, el sol abrasador, la estridencia ensordecedora de aquel extraño llamado a la guerra que rompió la calma de Glasgow, latía en nuestras venas como percusiones incontrolables.
Pasaron los minutos, y el enemigo no se hacía presente en el campo en que nos sorprendía. Dudé entonces que estuviéramos frente a un enemigo como en el que ya nos hubiésemos enfrentado.
Entonces lo vi. Y no lo entendía. Todo un ejército detenido frente aquel artefacto desconocido que tanto revuelo había causado. Su sonido era potente y desesperante, y se aprovechaba del eco del valle para llegar a todos los rincones remotos del lugar.
Todavía ahora no sabría como describirlo, estuve frente a un dispositivo tan grande como la palma de mi mano. Algo así como una caja circular con tres manecillas que giraban lentas. Una vez detenido el sonido estridente que tanto nos desesperó, me acerqué lentamente hacia él, lo tomé, lo observé, y suavemente, lo acerqué a mis oídos para escucharlo. Y ahí lo supe.
Ese artefacto era un cofre que contenía un corazón embrujado, era innegable. Un corazón metálico seguía latiendo ahí dentro, y acaba de cesar un grito desesperado que seguramente clamaba Libertad.
En el acto, disperse las masas guerreras, a las que ese día no les esperaba ningún combate. Y me dirigí a mi tienda, donde me puse a pensar. ¿Cómo habría llegado ese corazón condenado hasta el valle?, ¿Quién lo habría enviado hasta aquí, y qué querrían decirme con ello?
Fui con nuestro Brujo, para que pudiera orientarme, y él no pudo evitar entrejuntar su ceño y mencionarme que jamás habría visto nada parecido. Invocando sus dones naturales para la interpretación de las señales del presente, respecto del futuro, asustado me dijo que me escribiera en mi diario sobre este extraño hallazgo. Me dijo también que mi vida se cuantificaba en horas, que el dolor y la tortura en mi cuerpo aguardaban tras no mas de dos soles, que una de mis manos, la mas diestra me traicionaría, y que por ella perecería en la injusticia que sufre aquel que es privado de la vida, por proteger su Libertad.
Y aquí me encuentro, observando este artefacto extraño que late al ritmo de los minutos que me separan de una muerte, ya anunciada. Y lo observo extrañado, como si entre sus detalles pudiera encontrar la clave que me redima del dolor que me aguarda. No veo, empero, más que una caja cilíndrica con extrañas inscripciones en su tapa frontal, con manecillas que caminan al compás del corazón gritón. Con dos campanas arriba de su estructura y una sólida pero pequeña barra metálica que se agitaba violentamente cuando traducía el grito del embrujado corazón para sobresaltarnos a todos. Dos pequeñas patas que lo sostienen inclinado con el frente hacia el cielo, y por detrás varias manijas y apliques desconocidos, que giran junto con las manivelas.
Guardo este pequeño hallazgo junto con aquellas cosas que deseo se conserven mas allá de mi permanencia en este mundo, para que sea encontrado por futuras generaciones que puedan descifrarlo, entenderlo, y codificarlo a nuestro favor, y, tal vez entonces, saciar esta curiosidad y comprender el extraño tinte, que tubo el día de hoy.
Mis aposentos aguardan impacientes, no los voy a hacer esperar.





William Wallace, fue ejecutado tortuosamente dos días mas tarde, el 05 de Agosto de 1305, tras ser entregado por su colega y mano derecha, John Meinteith, a los Ingleses de Roybroston que lo buscaron sin descanso. Sus restos fueron esparcidos por todo el territorio escocés, junto con sus pertenencias, excepto una, cuya tecnología y funcionalidad no pudo ser descifrada sino hasta varios siglos más adelante, cuando el americano Levi Hutchins, se atribuyó su innovador sistema en 1787.

 DESCRIPCIÓN: ¿CÓMO DESCRIBIRÍA UNA LAPICERA, UN DESPERTADOR O UN AVIÓN, UN HOMBRE DE LAS CAVERNAS, UN GUERRERO DE LA ANTIGÜEDAD O UN EXTRATERRESTRE? (Elegir un objeto y un personaje).

Selección:
·         Objeto: Despertador
·         Personaje: Guerrero de la Antigüedad (William Wallace)

lunes, 23 de agosto de 2010

Eramos de Letras

Nunca lo supo. Era realmente de esas personas que uno cuando la cruza tiende a mirar dos veces, atraído por la curiosidad de comprobar que la primera impresión que tuvo, no era equivocada.

Se podría decir que su andar era gracioso, su cara hermosamente labrada, pero en completa desarmonía con su cuerpo.

Caminaba como si el mismísimo amo de las marionetas la sujetara por las caderas con dos hábiles piolines y sus pies parecían danzar al compás del fuego del infierno, que evidentemente, corría tras sus talones.

Sus manos, relajadas de cualquier preocupación vagaban libres y bohemias por el cosmos, intentando, constantemente, vencer la gravedad.

Su cintura, netamente mas pequeña que las caderas, trataba de mantenerse sobria y equilibrada.

En su pecho una elegante curvatura dibujaba esa concavidad en el paisaje que la rodeaba, y su pelo, largo, castaño y sedoso, acariciaba su torso, con singular gracia.

Su rostro hacía a la impresión de un payasito despintado, con ojos orbitantes y boca voluptuosa, además de unas orejas grandes, era definitivamente, un motivo para sonreír durante una mañana entera.

Suelo imaginarla en la mañana, con pijamas acortados por la altura, y las pantuflas, que luego de una intensa y aún mas agotadora búsqueda bajo aquella dimensión desconocida que estaba bajo su lecho de descanso, logró hallar, saludando al día, con dos ojeras inmensas, que descansan imagino, en sus caladas mejillas.

Con el pelo revuelto y la boca llena de esos despreciables conectores salivales que unen el maxilar inferior con el superior cada mañana, en composé con una masa de aire cálido y horrible, que delatan su tendencia caníbal-necrófila, mostrando que mas de un cadáver se habría tragado durante la noche.


--//-- (...)

viernes, 9 de julio de 2010

Autobiografía Literaria

Como si de una cuadro de Botticelli se tratara, la literatura se me acerca como la redactada génesis que promete viajes interminables hacia dimensiones completamente desconocidas. Así, como si fuese un torrente de promesas intelectuales y emocionales, me llama desde entre las hojas mas sedosas y brillantes, que naturalmente, todavía desconozco.

Y miro, curiosa, con ansiedad en el medio del pecho, hacia arriba, hacie el último de los estantes de la hasta el texho, extensa, biblioteca de mis padres. Por allí, perdido en un ángulo desconocido, stá aquel gran libro de, yo ya sé, sedosas hojas que perpetúa los mitológicos seres fantásticos con los que tanto sueño.

Escalo, como escala el espadachín valiente en la búsqueda de su salida. Escalo solo para que aquel magnánimo libro encuentre mis manos, y deje que ellas sean puente de regocijo de nus ojos sobre sus ilustraciones.

Las escamas de los Dragones de Ciruelo, se impregnan en mis pupilas y se graban como una victoria ganada al tiempo, al espacio, a la gravedad, y hasta la mismísima autoridad paterna.

Legiones de travesuras nocturnas, me convocan a servicios siempre antes de las tres de la mañana, para interpretar los pensamientos metafísicos de Asimov, y acompañar las locas fanasías científicas de Charles Berlitz, en su búsqueda desesperada por justificar su Atlántida perdida.

Una vez frente a los estantes, la batalla comienza: quién primero, quién después, quiénes serán los privilegiados que nutrirán ese mar de conocimientos de tan solo centímetros de profundidad que pretendo habiten mi mente.

Y cierro los ciclos de lectura noctámbulos, sucumbiendo al llamado de Morfeo, que Morfeo, que conociendo mi pasión por las letras, me susurra silencisoamente "Call me Ishmael", porque sabe que sólo de esa forma me acercaría a sus brazos oníricos.

Así como no soy dueña de una única verdad, no fuí adueñada por un solo libro. A los libros yo los amo, los encuentro como se encuentra un amor sorpresivo al otro lado de la calle. No los leo, los sitetizo como sustancia fundamentales para alimentar mi creatividad.

Y por ello me hago errante, vagando entre las miles de esferas de munddos que me proponenen entre sus renglones, sistemáticamente espaciados. Y me encuentro, porque no me es posible definirme sino a partir de aquellos miles de personajes que me componen en cada sensación que solo teniéndolos entre mis manos respresento.

Finalmente asumo mi incapacidad literaria de autoretratar esta natural pasión por la literatura, y cedo a la imainación del lector, las listas inconclusas de las obras que aún no he citado, y que sin embargo, se encuentran latentes tras mis pupilas.

Autobiografía Literaria:la resaca de una consigna que jamás se respeto

lunes, 5 de julio de 2010

El todo por las partes - Parte I

Una tras otra, haciendo eco, un eco húmedo, goteado, con vapores que impregnan el aire de la habitación, con esa húmeda goteada al compás de sus ecos que nunca censan.

Violencia. El calor, la humedad, el vapor, la gota que cae, todo aquel sistema de drenaje fallido, genera violencia.

De la cama, mirando fijamente el techo, a la cocina, de allí, al comedor, a la sala. Todo con ira, a gran velocidad, topándome bruscamente con los marcos de la spuertas, los escalones, y hasta clos zócalos de paredes que jamás vi curzárseme por delante. Si por lo menos avisaran...

Y entonces, oigo la luz del baño, inmensa, serena, ensordecedoramente silenciosa, y blanca, y un constante repiqueteo caliente, que no cesa de llamar.

Paso a paso y quemando la planta de los pies con agua hervida de la vacha desbordada sobre las valdosas ásperas de granito brasilero, me acerco a aquela manantial de tortura noctámbula.

Con fuerza, mas fuerza, cambiando mi posición, de muchas formas diferentes, salté sobre aquella condenada canilla. Nada la detenía, una renovada última gota siempre escapaba airosa, de su oscura boca tubular hacia el exterior, para saludarme, para sonreirmesocarronamente con su molecular sonrisa burlona, para corregir mis pensamientos, y avisarme qe no era la última, que detrás de ella venía otra, y detrás otra, y otra mas. Cada vez mas lentas, si, cada vez mas distantes, pero siempre una vez mas.

La batalla me había agotado, mi columna vertebral se había rendido, sucumbiendo a la flexibilidad quebrada que soo un desmayo como aquel que traumó mi cabeza podría darle. Y me dejé caer, mostrándole a la canilla y a sus gotas constantes, que lo hacía queriendo, no por convencido, no por golpeado, sino porque era mi forma de triunfar, aún, habiendo perdido.
En un extraño borrón blanco que desdibujó la oscuridad de mi ojos cerrados durante toda la noche, la luz penetrante de una habitación ruidosa pero en silecio de aquellas gotas morbosas, pudo despertarme, y sucumbí a su claridad, y me regocijé en ella, ya que allí, las gotas no estaban... había vencido.



Consigna: como podría describir con mayor presición "la canilla de agua caliente del baño"

 

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